Me parecía que respirar era incomodo, como algo tedioso y
aburrido que tenía que hacer siempre. Por eso jugaba con mis amigos a aguantar
la respiración y así la evitaba, nos la
pasábamos tan bien… Mi mami me dijo que tenía que parar de jugar a ese juego, y
que por eso me habían metido en el hospital. Me sentía tan sola… con esa
especie de delantal blanco que llevaban todos y la gente que pasaba sin energía…
Rara vez vi a alguien feliz por aquí, y si lo veía se marchaba ese mismo día.
Me decían que no podía ni correr, ni jugar a la pelota ni salir si quiera, así
que cuando mis amigos venían solo hablábamos y me entregaban la tarea para casa
del cole.
Cada mañana me despertaba con muchos pelos en la almohada y
los doctores me decían que era por la medicina que me estaban dando pero que no
me preocupara por ello. Una mañana me despertó una señora borde que me llevó a
una sala gris. Allí me cortaron el pelo
hasta dejarme calva. Con cada mechón que caía me entraban escalofríos y entraba
en pánico, chillé entre llantos esperando que mi madre los escuchara y viniera,
salí corriendo de allí con una ruta al azar y las enfermeras intentaron
cogerme. Caí al suelo tosiendo sangre y me asusté tanto que me paralicé. Cuando
lograron tranquilizarme me aislé de todos, no hablé con nadie aquella tarde y
no comí nada porque no tenía apetito. Ese mismo día mientras veía el anochecer
por la ventana de mi sala observé a un chico que llevaba una bata como la mía,
tenía cara triste y alzó la cabeza, sus ojos me encontraron y yo me escondí por vergüenza. “¿Quién será ese
chico?” “¿Qué hacía allí?”… Intenté dar respuestas a esas preguntas hasta que
me dormí.
Esa mañana me sorprendí al no tener un pelo en la almohada,
pero en seguida me di cuenta de la razón y me entristecí bastante. Me calcé y
me dispuse a salir por la puerta para ir a desayunar, pero había alguien en la
puerta, no me había percatado. Era el chico de ayer con un ramo de flores, y
por su risa, mi cara de asombro debió de ser espectacular. “Las enfermeras me
dijeron que no te dejaban salir y que por eso te vi llorando ayer en el
pasillo. Te traje estas flores de afuera.” Me salió una lágrima de felicidad,
era la primera vez que estaba feliz en este antro. Cuando me dijo que me veía
guapa a pesar de no tener pelo se me escapó una risilla bastante tonta. A
partir de aquel momento jugamos juntos todos los días, y cada semana me traía
algo diferente del exterior.
Todos los días me divertía y jugaba con él a pesar de que me
costara cada vez más respirar. En esas fechas aborrecí el respirar, me dolía
cada vez más el pecho y había tardes que no lo soportaba. Aun así conseguía
pasármelo bien gastándole bromas a las enfermeras y asustando a la
recepcionista junto con mi nuevo amigo.
“Hoy tengo algo especial para ti” me dijo una tarde. Me
cogió de la mano y me sonrió, creo que me sonrojé cuando lo hizo. Empezamos a
correr ignorando los gritos de las enfermeras y de los médicos, cruzamos
pasillos, saltamos camillas y pasamos entre las piernas de varios pacientes. Vi
la puerta de salida y me aterré al verla pues me estaba prohibida la salida del
hospital. No le dije nada pero salimos por la puerta y sentí una brisa de aire
fresco que olía a las flores que me había regalado el día que lo conocí. Cuando
llegamos a aquel jardín me seguía agarrando la mano, con firmeza pero con
delicadeza, caminamos por los alrededores y empecé a sentir como los pulmones
me ardían por la carrera que habíamos hecho. Me debilitaba y no podía respirar,
se me nublaba la vista y él simplemente cogió una flor y me la acercó a la
nariz. Tosí sangre y caí al suelo, pero
él simplemente se quedó ahí quieto tendiéndome una flor que no podía oler.
Antes de cerrar los ojos pude ver la imagen más bonita que jamás veré: un
atardecer sobre un jardín lleno de flores de colores y el mejor amigo que pude
tener.
Cuando desperté estaba en mi habitación del hospital rodeada
de mi familia, y todos estaban felices. Me levanté de la cama ignorándolos a
todos y busqué a aquel chico que me hizo feliz cuando solo podía estar enferma.
Me dijeron que nunca habían visto a aquel muchacho pero que habían dejado una
carta para mí. En esa carta él se despedía de mí y me explicaba que la flor que
me tendió representaba la pureza, que aquella Flor de Loto me había sanado.
“…Yo nunca he existido ni existiré, solo vine a aliviar tus
penas. Estaré a tu lado cuando tosas y curándote cuando tu salud entristezca.
No te olvides de mí.
San Rafael”
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