En su cabeza vivía aventuras con seres míticos y
fantásticos. Corría por la ardiente acera y sus coletas de un castaño claro
acompañaban la suave brisa veraniega. Inocente criatura libre de
preocupaciones, solitaria pero siempre afectuosa. Creía poder levitar mientras
pegaba zancadas mirando al cielo. De vez en cuando se detenía y contemplaba los
insectos del césped de cualquier jardín, inventando historias cómicas y a veces
un tanto dramáticas para los invertebrados.
En una de sus carreras hacia el horizonte fue acompañada por
el ser más hermoso que ella jamás vio y verá. Sus alas revoloteaban cerca de
sí, sus plumas y pico deslumbraban. Parecía un pequeño ángel. Se posó en una de
sus coletas con delicadeza, luego en su dedo índice. La chica quedó maravillada,
enamorada por la pequeña ave.
Aquella tarde la soñadora y el ser soñado jugaron hasta la despedida nocturna. Y así fue durante demasiadas tardes. Aquellos ojos rodeados de plumas parecían solo reflejar el rostro de su compañera, con la que parecía que disfrutaba. Y la chica sentía como, en compañía de aquella alma alada, volaba a través de una fantasía compartida.
Ya habían pasado tres meses desde que la muchacha lloraba
sola las tardes. Dejó de soñar y de divertirse. Ahora su mundo se oscurecía y
poco a poco se vaciaba por el hueco que le habían hecho en el corazón. No había
nadie que la volviera a elevar. La habían dejado sola, pero lo que más le
preocupó fue no volver a ver a aquel ser con el que tanto tiempo pasó. Su
primer amor perdido.
Enloquecida y con decisión subió al sitio más alto al que
pudo. Quería buscar su sueño volando, encontrarlo y volar más alto que nunca.
Pero cayó.
Así fue como durmió para siempre y encontró su alma perdida
en un profundo sueño lleno de felicidad pero vacío de realidad.
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