jueves, 21 de mayo de 2015

La terrible verdad de la vida

Todos los días veía a su hermana jugar con sus amigos, él se quedaba aislado, solo. Estaba sentado bajo el mismo tétrico árbol de siempre, solía estar ahí horas, ignorando las invitaciones de su hermana a acercarse a ellos, mirando al infinito o fotografiando con su mirada cosas que solo podían ver sus ojos. El paisaje era invariable, el sol le picaba en la cara como todos los días, la gente hacía el mismo ruido constante en aquel enorme parque... y parecía que él hacía lo de siempre, pero no era así. Hoy estaba más cabizbajo de lo normal, pero, ¿por qué hoy era diferente?  ¿Por qué era un día tan triste para él?


Tenía la cabeza escondida entre las piernas con los ojos doloridos, pero nunca nadie se dio cuenta de lo que le pasaba "¿A quién le importo?" pensó. De vez en cuando levantaba su cabeza buscando algo, alguien, pero nada se materializaba para él. Vio a una niña correr acompañada de un pájaro a lo lejos. Sintió añoranza, celos y un gran vacío por dentro. El corazón se le comprimía en el pecho, las lágrimas mojaban sus labios. Tanta desdicha acumulada en ese pequeño ser, cuán oscuro parecía ese punto negro sobre aquel fondo puro y feliz.

Sin él quererlo había madurado por dentro, pensaba como un adulto y seguía lamentando no poder haberse despedido de toda aquella libertad que moraba en su cabeza. No habían pasado ni 5 minutos y sentía que su mundo se derrumbaba. La vida le había dado la mayor ventana para entrar en su mundo imaginario, pero era tan grande que todo se escapó, se perdió huyendo al horizonte, como la arena que se resbala por tus dedos.

Nunca más volvió a ver a su mejor amigo que en verdad nunca existió. Perdió la inocencia de ser niño y sus ojos ya no reflejaban esa cándida felicidad, solitaria para la sociedad, que portó hasta que se alejó sin destino definido por sendas imaginarias.






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