lunes, 21 de septiembre de 2015

El nacimiento de una nueva nota

Había descubierto una forma de largarme, de viajar lejos y sentir la brisa perfumada de un césped limpio y verde. Mi hermana había conseguido una flauta en la basura y me la dio como regalo, sinceramente me daba igual de dónde la había sacado. La tomé y amagué tocarla hasta que soplé con seguridad su boquilla y puse mis dedos sobre los agujeros. De la flauta comenzó a salir una melodía suave y al principio arrítmica, pero con cada compás que creaba de dentro de mi ser, las notas se pegaban más y formaban palabras, sentimientos hasta incluso recuerdos. Cuando escuchamos lo que podía hacer con el instrumento nos sorprendimos. Vinieron mariposas, hormigas, gatos callejeros...  escuchando el sonido de mis pulmones.

No me sentía yo mismo, porque había descubierto que ni me conocía del todo. Pero no sabía ni qué pensar, solo sentía como daba rienda suelta a cada nota y con cada armonía mis pies levitaban del suelo y me transportaban a algo parecido a mi infancia perdida. Cerraba los ojos y saboreaba cada sonido, le daba colores y hasta un olor distinto. Aquel día sonreí por primera vez desde hacía años... me sentía tan feliz... Pude volver a ver a mi mejor amigo y dejar de sentirme solo a pesar de estar acompañado. Se lo agradecí a mi hermana y le intenté dedicar varias canciones, pero solo salían las mismas notas cuando estaba ella.

“¿Y si le doy más instrumentos?” debió de pensar, porque algún que otro día me sorprendió obsequiándome con un laúd, una armónica, incluso… un violín. Los debía de haber robado todos, pues no me explicaba de dónde los sacaba. Aun así, no podía tocarle canciones diferentes, y eso me frustraba y me extrañaba bastante. Entre todos aquellos presentes, era el violín el que destacaba sobre los demás pues era el más sucio, astillado y hecho polvo. Me daba pena su estado, pues parecía un instrumento magnífico y delicado.

Sentía que me llamaba, que en el hueco de su cuerpo había dolor. “Hazme hablar” me dijo, cogí el arco y lo afiné a oído. Un Sol limpio luego un Re y a partir de esas dos simples notas fui espectador y oyente de una desgarradora melodía tocada por el alma de mi instrumento y ejecutada por mis dedos. Me estaba comunicando sentimientos, poemas trágicos y taciturnos, una vida desoladora y llena de angustias. Un violín que no podía gritar cuando sufría ni llorar cuando lo dejaban solo.

La gente de la calle se detuvo, mirándome completamente pasmados. La avenida dejó el bullicio para entrar en un limbo entre la incertidumbre y la pesadez de una canción que les había destrozado el alma. Todos a los que pude ver cayeron al suelo o se tapaban la cara de vergüenza al contemplar lágrimas fugaces en sus ojos. Mi pecho se contrajo tanto que no sentía ni mis latidos, un agujero negro me aspiró las entrañas y trajo a mis huesos un temblor de pura miseria ajena. Aquel violín tenía vida y me agradeció el liberarlo de su mudez, de la oscuridad sin música que vivió a su alrededor.





Lo abracé y caminé hasta el horizonte, mi hermana en una mano y mi nuevo amigo en otra, para transmitirle al mundo un cuento en el que todos sufrimos, pero que al final encontramos a alguien con quien poder cantar sin miedo a llorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario